Con esta serie de artículos reflexionaremos y desentrañaremos las diferentes relaciones que, a lo largo de la historia, han mantenido el poder establecido y el objeto artístico. El propósito es investigar, mediante ejemplos y estudiando sucintamente la evolución de este noviazgo (en ocasiones incluso de amor-odio) de  siglos para ver la posición social del artista y su obra. Ello, nos llevará, inevitablemente, a la gran pregunta ¿Para qué sirve el arte? ¿Cual es su función? Intentaremos, pues, repasar las lecciones del pasado, buscaremos anatomías de estilos, contenidos iconográficos e incluso leyendas y vidas de artistas como pistas en las que hallar claves para responder a esta cuestión que, en pleno siglo XXI, sigue con respuesta incierta y la incógnita de este planteamiento nos podría llevar a una posible pérdida en la estetización sin reflexión y a la comercialización sin más en la producción masiva de las artes.

Capítulo 1

DE LAS LEGIONES, DE LOS BISONTES Y APELES.

El miedo a la muerte.

Arte y poder en la antigüedad. Si echamos mano de nuestro imaginario moderno, bien prefigurado por el lenguaje cinematográfico, la primera imagen que nos viene a la mente es una gran fila de esclavos azotados, arrastrando grandes bloques de piedra, construyendo la enorme pirámide en la que reposarán los restos del inefable y todopoderoso faraón en su viaje a la eternidad. Cecil B. De Mille, Howard Hawks o Ridley Scott nos han ofrecido esta visión del mundo antiguo y grecolatino donde los poderosos disfrutaban de las delicias de la arquitectura y unos objetos sofísticados de arte reservados a una minoría de elegidos: monarcas, sumos sacerdotes, generales, emperadores, senadores y un largo etcetera de personalidades que se daban la gran vida mientras el pueblo (casi siempre asimilado al judeo-cristiano) subyugado pasaba grandes hambrunas, enfermedades y sufría la terrible tiranía. No discutiremos aquí la gran desigualdad social en la antigüedad. Tan sólo apuntaremos que los hallazgos de las ruinas del pueblo de artesanos de Deir-el-Medinah, como es bien sabido, apuntan hacia una buena calidad y esperanza de vida que nada tiene que ver con nuestra idea moderna de esclavitud. Una población sometida, malimentada y maltratada no hubiera sido capaz de realizar maravillas pictóricas como encontramos en la tumba de Nefertiti.

Nos remontaremos unos milenios más atrás. En nuestra misma península, uno o varios sapiens graban en la piedra de su refugio, aprovechando la orografía del mismo y con policromía, una encarnizada partida de caza de bisontes. En ella, además de perros y caballos, aparecen humanos con armamento y flechas. Poco más sabemos ¿Qué intención tenían con dejar constancia de esta cacería? En otros lugares del planeta, civilizaciones pérdidas y olvidadas construyen las estatuas de la Isla de Pascua, las estatuillas precolombinas, pirámides y grandes relieves en Persia que han llegado hasta nosotros y cuya intención ya empezamos a adivinar: la demostración del poder como defensa.

Ahora, en nuestra máquina del tiempo adelantaremos otro puñado de milenios. En concreto al año 113 de nuestra era. En el Foro de una Roma, en la que ya se cierne el declive, cerca del Quirinai se erige una singular columna historiada gigántesca en la que se da homenaje a un emperador muy hispano, Trajano. Más de 2.500 figuras en un friso ascendente de 200 metros que da 23 vueltas al monumento, con 59 representaciones del divino Trajano, nos narran las campañas militares contra los tracios, por ejemplo. Además de repetidas muestras de la Niké (victoria), encontramos no tan solo la fuerza de las legiones romanas sino también un viejo sabio que representa al Danubio e incluso muestras de benevolencia para con los prisioneros. Todo un alarde y magnificencia de un poder que intenta no sólo demostrar el dominio, sino que nos avisa del peligro de intentar oponerse a él.

Pero hay un rasgo común principal en todos estos ejemplos que hemos nombrado: el deseo de trascender, de estar más allá de la muerte. Ya sea contando una cacería o una gran batalla en Germania. El arte será la manera que tienen tanto los poderosos como unos simples cazadores-recolectores de vencer a la parca. El miedo a la muerte, a lo que hay más allá, es, en estos períodos la función inicial del arte. No sabemos qué encontraremos después de morir y esa es la razón fundamental de la aparición del objeto artístico. La gran preocupación de la humanidad. ¿A dónde vamos?

Aparte de grandes y pequeños monumentos, el mundo antiguo nos ha legado mitos y leyendas. Una especialmente llama la atención en cuanto a la figura del artista con la cual terminaremos hoy. Nos la cuenta Plinio en su Historia Natural: Alejandro Magno encarga un retrato de su concubina favorita, Pancaspe, al pintor Apeles. Éste realiza un trabajo tan bello que, agradecido y maravillado, el emperador regala la odalisca al artista como prueba de agradecimiento. Dejando aparte el desgraciado papel de la mujer (como veremos en otras entregas), vemos aquí un raro reconocimiento que recibe ya un artesano en una época de la que ni conocemos la mayoría de los nombres de los que realizaron estas obras. Este mito clásico será, algunos siglos después, tema de muchas obras que encargarán otros poderosos en su afán de parecerse al gran Alejandro. Pero esto lo veremos otro día, un poco más adelante.

 

– Escrito por Jepi www.macjepi.com

 

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